Muñatones se sonroja con las historias del machismo en el medievo vizcaino
Las historiadoras Janire Castrillo e Irene López acercaron la situación de la mujer durante la Baja Edad Media
¿Se imaginan que a estas alturas de siglo las mujeres tuvieran que llevar sobre sus cabezas un tocado con un notorio cornuscopio de tela enrollada en mimbre para pregonar públicamente su condición de mujer casada?, o que tuviesen que someterse a una “prueba de doncellez” como se recoge en un título del Fuero General de Navarra de 1238 o que se tolerara como se hacía en la Edad Media la “marital corrección” que otorgaba al marido la facultad para “corregir el comportamiento de la esposa mediante castigos corporales si así lo creía conveniente”?
Pues estas circunstancias eran habituales en la Baja Edad Media como explicaron en el marco del Castillo de Muñatones las jóvenes medievalistas Janire Castrillo e Irene López .
Inés de Muñatones “cuya dote es el origen del castillo. ya que el terreno donde está la torre pertenecía en origen a esta familia. El inicio de San Martín como casa-solar es la respuesta a la inseguridad de la zona y la necesidad de controlar a las familias adeptas a Salazar y Muñatones para la estabilización de bandos y la aseguración de una zona económica próspera. El matrimonio con Inés de Muñatones (hija de Diego Pérez) implica que los Salazar entronquen con los Salcedo, por entonces señores de Ayala. Además, al ser prestameros de Bizkaia, intervienen a favor de los Muñatones en contra de los Marroquín, familia enemiga”, explicaba la joven Irene López, que matiza que tras la boda de Juan Salazar e Inés Muñatones no se a sentaron en San Martín ya que “la boda implica la consolidación de Salazar como señor de San Cristóbal de La Baluga (Sopuerta)”.
No sería Inés de Muñatones la única mujer de aquella época que dejó su huella, Juana de Butrón que llegó a crear su propio mayorazgo, Teresa de Muñatones que ya tenía concertada su boda con tan solo dos años, o Constanza de Ayala, señora de Oñati que tras haber enviudado gobernó en nombre de su hijo menor durante varias décadas a mediados del siglo XIV. “Esta mujer impartió justicia en sus dominios, otorgó ordenamientos y tuvo que sofocar varios levantamientos de vasallos”, recordaba Janire Castrillo que fijó su mirada en otra gran mujer como María Díaz de Haro, señora de Bizkaia en el siglo XIV, que fundó villas como Portugalete o Lekeitio y refundó Bilbao. “Junto a las feudales habría que incluir también, como mujeres poderosas a las abadesas. Indudablemente en la Edad Media el poder religioso fue otra de las caras del poder feudal. Por ejemplo puede citarse a Mencía de Guevara, del linaje de los Guevara, señores de Oñati, abadesa del monasterio alavés de Barria que dispuso en su jurisdicción sobre las tierras y campesinos del entorno. De ella se sabe que cobraba la renta feudal, que mantuvo juicios con las aldeas cercanas por el dominio del territorio”, subrayaba Castrillo en contraposición a la situación que vivían las gran parte de las mujeres durante la Edad Media.
La autoridad de las mujeres en el seno de la familia se modulaba a lo largo de los distintos estadios vitales, y en ella influían factores diversos como la edad, la condición civil, la capacidad patrimonial y el estatus estamental de cada mujer.
“En la Edad Media, la soltería supuso para la mayor parte de mujeres y hombres un estado de dependencia respecto a su familia. Mientras eran menores, estaban sometidos a la potestad de sus progenitores, quedando su desobediencia sancionada legalmente. A los menores carentes de padre o madre se les asignaba un pariente cercano como tutor”, explicaba Janire Castrillo que destacaba que la mayoría de edad y la adquisición de autonomía personal se alcanzaba con el cumplimiento de los 25 años.
“Ese requisito era firme para las mujeres, mientras que los varones podían liberarse antes de la patria potestad, siempre que se casasen y viviesen fuera del hogar paterno. Las mujeres en cambio, aunque se casasen, necesitaban un tutor que las representase legalmente hasta cumplir los 25”, remarcaba la ponente bajo los muros de la torre San Martín. “Me ha sorprendido que igual hay el prejuicio de que en el Edad Media las mujeres eran unos seres absolutamente subordinados y misorpresa ha sido saber que esa subordinación vino después tras el Concilio de Trento que cercenó algunas libertades o capacidades que tenía la mujer”, destacaba Ainara Martínez. A su lado, Amaia Apráiz se declaró admirada de haber podido ver la Edad Media a través de la mirada de dos historiadoras jóvenes trayendo temas candentes como son las mujeres en la actualidad y comprobar que hay temas, limitaciones, que siguen vigentes. “A mí me ha sorprendido como entonces se hablaba de mujeres buenas y de los atributos que debían tener y de mujeres malas que hoy siguen siendo malas. Eso no ha cambiado”, aseguraba Amaia quien agradeció el esfuerzo investigador en femenino, ya que a su juicio “conocemos más o menos como era la sociedad de los hombres en esa época pero las mujeres eran como una mancha amorfa como si no existiesen o como defendían algunos en la época de Aristóteles que la mujer era un varón defectuoso”.
Por su parte Laura Pacíos resaltaba la importancia de las nuevas visiones sobre el papel de la mujer “A mí me ha encantado la jornada y me parece que después de seis siglos aún hoy en ciertas situaciones las mujeres seguimos apareciendo como subordinadas. Aún falta que se nos reconozca”. No le faltarazón y la lucha continúa pero algo se va ganando porque como recordaban Janire Castrillo e Irene López, “una mujer podía hacer una compraventa pero no podía ser testigo de un acto similar de un varón y por ejemplo tampoco podían actuar como testigos en casos penales y por supuesto estaban excluidas del ejercicio de cargos políticos”.
“La mujer sufrió muchas limitaciones durante la Edad Media y algunas han durado hasta hoy”
Historiadora
“El inicio de la casa solar de San Martín es la respuesta a la inseguridad de la zona”Muñatones
Kobie_9_Bellas_artes_EL CASTILLO DE SAN MARTIN DE MUÑATONES por Juan M.pdf
EL PUERTO DE SAN MARTÍN
Un pequeño puerto fluvial fue clave en la ubicación del Castillo de Muñatones.
Fueron sin duda las expectativas económicas de este enclave, en la desembocadura del Barbadun, las que les llevaron a construir la torre central de su linaje precisamente aquí. Y no podían haber pensado en un emplazamiento más estratégico para sus intereses.
Porque el río Barbadun era una de las principales salidas del mineral de los Montes de Triano. En su tramo navegable, entre juncales y marismas, se fueron estableciendo pequeños puertos de embarque, cuya principal misión era conducir la vena de Somorrostro por todo el litoral cantábrico, mediante una navegación de cabotaje.
El más antiguo de todos ellos fue el nuestro de San Martín, documentado al menos desde 1212, cien años antes de que el primer Salazar recalara en este lugar. Fue Juan López y lo hizo poco después de contraer matrimonio con Inés de Muñatones, la mujer que puso el solar y, finalmente, prestó su nombre al Castillo que hoy conocemos.
Los Salazar llegaron a disponer de una flota propia -¡hasta 10 embarcaciones en tiempos de Lope!-, con una intensa actividad exportadora hacia los puertos de Baiona, San Juan de Luz y Capbreton.
Además, cobraban impuestos a los transportistas, por cada carretada de mineral que se dirigía al puerto; controlaban la justicia, a través del cargo de preboste de venas, y llegaron a poseer, en una fecha tan temprana como el siglo XV, nada menos que once ferrerías.
Por ello, no es extraño considerarles como los auténticos señores del hierro en su época.
Hoy es un paisaje tan transformado, que resulta difícil imaginar las murallas del Castillo bañadas por las mareas y el trajín de carreteros, maestres y bajeleros afanados en la tarea de conducir el hierro al mar.
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