Bentara noa, bentatik nator, bentan da nere gogoa, bentako arrosa krabelinetan hartu dut amodioa.

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2024(e)ko azaroaren 1(a), ostirala

Bilboko katedrala

 Hace un par de años señalaba aquí el indecente aspecto que presentaba la parte trasera de la catedral de Santiago, con unas tienduchas cerradas años atrás y que, en su progresivo deterioro, humillaban con suciedades y ruina la monumentalidad gótica del templo.



Recientemente, nuestro ilustre obispado ha decidido retirar esa inmundicia adosada a los muros sagrados y este es el aspecto que, de momento, presentan.



La profanación de esos muros, ejercida a lo largo de años, seguramente siglos, es evidente, pero reparable. Nada que una buena restauración no pueda remediar. Cabe suponer, con toda lógica, que el obispado no pretenderá alquilar ese suelo que, con toda probabilidad, no le pertenece por ser de propiedad municipal. A ver con qué nos sorprende la sección económica del obispado, esa sección cuyo reino no es de este mundo y expulsa a los mercaderes del templo. Como inspiración, les pongo aquí la imagen del mismo espacio, pero en la iglesia de San Severino, en Balmaseda. A tomar nota.


Las inundaciones de Bilbao en 1983 fueron trágicas por la irreparable pérdida de vidas humanas y penosas por los grandes daños materiales que causó la arriada, como se decía siglos atrás (no riada, aunque la avalancha inesperada de agua se produzca en una ría). El Casco Viejo se vio particularmente afectado y fueron muchos los locales comerciales que no pudieron recuperarse tras la catástrofe. Se perdieron empleos y resultaron perjudicados establecimientos históricos con interesantes muebles, mostradores, letreros-anuncio…, mil y un detalles que les daban el sabor de otras épocas desaparecieron.

Sin embargo, aquel desastre también tuvo algún efecto positivo. Sirvió para que, en los procesos de recuperación de negocios, rehabilitaciones estructurales y reparaciones materiales, muchas fachadas y muros construidos originalmente con buena piedra sillar, ocultos tras aplacados colocados en tiempos posteriores, volvieran a ver la luz, muchos huecos violentados con agresivas ampliaciones para introducir escaparates y puertas de acceso que rompían las composiciones originales de las fachadas fueran reconstruidos, y muchos grandes anuncios colocados en banderola sobre las fachadas de los inmuebles, peligrosamente sujetos por viejos y herrumbrosos tirafondos, pudieran retirarse (algunos, que eran interesantes como diseño, pervivían a pesar de que los negocios que anunciaban a veces habían desaparecido muchos años antes sin que nadie se hubiera molestado en eliminarlos debido al coste que implicaba).

Declarado el Casco Viejo como Conjunto Monumental desde los años 70 y transferidas al Gobierno Vasco en 1981 las competencias en materia de protección del patrimonio arquitectónico de valor histórico-artístico, desde el Departamento de Cultura tuvimos que afrontar una tarea enorme en muy poco tiempo, pero también fue una tarea grandiosa en la que se consiguieron muchos objetivos, pero no todos; lógicamente, era imposible.

Uno en el que pusimos empeño fue la eliminación de los locales comerciales adheridos al exterior del ábside de la catedral de Santiago, unos negocios con superficies útiles entre 4 y 7 metros cuadrados. Sin ningún valor constructivo o de diseño, estos anexos ocultaban y ocultan aún la noble naturaleza exterior de la catedral, sin duda más interesante y digna que esos pegotes degradantes. El Ayuntamiento no admitió que desaparecieran, quizás porque en aquel momento delicado se habrían perdido unos pocos puestos de trabajo, ya que todos esos espacios entonces funcionaban con actividad comercial, o quizás porque no se tenía claro quién era el propietario del suelo, si el municipio, la iglesia o los gestores de los negocios. El argumento con el que el Ayuntamiento ganó la partida fue que esos negocios eran la prolongación en el presente de actividades mercantiles que hundían sus raíces en una tradición que podría remontarse hasta la Edad Media. Ahí nos la dieron. Entre la cantidad de trabajo que había que atender -todo el Casco Viejo estaba patas arriba- y el empeño de algunos comerciantes por mantener su actividad en esos cuchitriles, hubimos de renunciar a que desaparecieran. Resultaba evidente que en poco tiempo se convertirían en nichos para infranegocios incompatibles con su inmediatez a un templo tardogótico, como así ha terminado por suceder. Las últimas actividades de los cinco locales en que se dividió tan estrecho espacio fueron del tipo venta de golosinas, lotería, relojería, heladería…

El criterio municipal que sirvió entonces para demoler el balcón-mirador del teatro Arriaga adosado a su fachada, una pequeña joya de la arquitectura de hierro de 1910 diseñada por Mario Camiña, no se aplicó para despejar los muros religiosos de principios del XVI. Una contradicción flagrante. También el Club Náutico, con sede en aquel privilegiado balcón, daba trabajo a varias personas, pero, claro, el teatro era y es municipal con lo que el ayuntamiento pudo hacer y deshacer; sin embargo, los locales que parasitan el ábside ¿de quién eran y son? Si han venido perteneciendo a los comerciantes, ¿quién los vendió inicialmente? ¿la iglesia, por creerse con derecho para enajenarlos al estar adosados al templo, o el ayuntamiento, por considerarlos suyos al formar parte de la calle y el espacio público?

En la actualidad los cinco locales están sin actividad (el último cerró hace un par de años) y muestran un aspecto sucio e indigno para una ciudad que pretende ser turística y un edificio que se exhibe como joya local de la arquitectura histórica. ¿Qué pensarán los turistas franceses, ingleses, alemanes… cuando vean esa desastrada rinconera? La alcaldía, que con tanta diligencia defiende los intereses del obispado en otros lugares de la Noble e Invicta Villa, consiente que en pleno corazón histórico de la ciudad el punto más abyecto se encuentre justo al lado del lugar más sagrado. Muy sorprendente para un devoto cristiano con poder edilicio: lo abyecto y lo sagrado dándose la mano. ¿Será nuestro alcalde un secreto lector de Jacques Lacan y Julia Kristeva? Nunca lo habría imaginado si no hubiese sido por esto.

De acuerdo con que en épocas medievales y posteriores los mercados al aire libre en Europa tendieron a ocupar esquinas y recodos urbanos para instalar provisionalmente una mesa y un toldillo, que en algunos casos terminaron por hacerse permanentes. Los espacios entre los contrafuertes de las iglesias, recogidos y al borde de vías de circulación, fueron lugares propicios para ello. Sin embargo, en esa misma Europa tales locales han sido eliminados hace décadas para poner en valor la arquitectura importante de verdad. De cara a que no se conviertan en recovecos de suciedad, vómitos y orines -en todas partes hay gente incívica- lo que antes estaba ocupado por minúsculos negocios ahora se halla acotado con una verja o adornado con vegetación, como en el caso de Saint-Etienne, en Dijon, por poner sólo un caso (véase imagen). Aunque lo mejor es un buen y periódico servicio público de limpieza.

Considero distintos los otros dos casos que conviven adosados a este edificio religioso: el anexo al pórtico, Ama Dablan (antigua relojería que ahora no sé qué es) en la carrera de Santiago (junto al pórtico) y la tienda de tejidos Celaya y la cafetería Baster en la calle Torre (esquina con Correo) por razones distintas. En primer lugar porque se conservan en perfectas condiciones de uso sin crear secuencias prolongadas de fachada degrada, en segundo porque en el caso de Celaya-Baster su presencia permite alinear la calle Torre respecto a la posición diagonal del claustro de la catedral sin que su presencia se perciba como un anexo y en tercer lugar porque ofrecen un incuestionable aspecto de época, años 50 y los 30, respectivamente, con alguna calidad formal. De paso su existencia permite dejar testimonio de aquello que tanto valoró el Ayuntamiento en 1983, esto es, que perviva un testimonio de esas antiguas actividades mercantiles al abrigo del templo.
















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